martes, 16 de agosto de 2011

4.

Recuerdo la primera vez que la vi, cuando sólo éramos dos niños. Me llamó la atención lo mucho que se parecía a mí; la misma forma de pensar, el mismo modo de observar las cosas desde un punto diminuto, casi distante del mundo exterior. Durante años me llegué a preguntar si existirían dos personas completamente idénticas, en algún lugar del mundo, separadas por continentes. Mucha gente lo negaba, "jamás existirán dos personas completamente iguales". Pero yo estaba seguro, de que si de entre todos los habitantes de la Tierra se diese al menos una sola excepción, esas dos personas éramos ella y yo.
Era verano, las habitaciones del orfanato se asemejaban a hornos, inmensos hornos. Y yo veía claramente a las personas que estaban dentro como pollos asados, giraban sobre si mismos, vueltas, y vueltas, brillantes, dorados, relucientes. Era una sensación muy incómoda estar entre cuatro paredes, sin un soplo de aire fresco que respirar. Los únicos lugares algo más frescos de aquel triste edificio eran los pasillos interminables y sombríos. Pero obviamente, como todo lugar temible de toda historia (y este sin duda, era uno de ellos) estaba prohibido quedarse inmovilizado en un pasillo. Y además, era prácticamente imposible. El mínimo movimiento, cualquier sonido por imperceptible que fuese, accionaba a cada una de las cuidadoras del lugar como si de una alarma se tratase, y llegaban gritando balanceando sus gruesos brazos hacia arriba y hacia abajo. Sólo Vilma, la única cuidadora delgada, era la única excepción de entre todas aquellas hembras de Bulldog. Por eso, mi lugar favorito para no asarme allí dentro estaba situado en la verja del patio. Sí, lógicamente, también estaba prohibido quedarse en aquel sitio, que me sirvió como refugio del calor desesperante durante tres meses. Estaba completamente seguro de que nadie iría a buscarme allí. La razón...el señor Pin-Pon, un perro viejo, cansado, grande y malhumorado. Todo el mundo le tenía miedo, y cuidaba la parte trasera del orfanato, donde se situaba la verja que daba directamente al patio de la casa de al lado. Pero el señor Pin-Pon era mi amigo. Mi único amigo. Supe cómo hacer buenas migas con él, aunque me llevó varios meses de adiestramiento, a base de restos de huesos y varias entregas a domicilio de mucha de la comida que yo detestaba.
Yo. Su único amigo. Y nadie lo sabía. Por eso no se adentraban tras los setos situados a la derecha de su guarida. ¿Quién se podría imaginar que Alvarito Sánchez, el raro, el mudo, el delgaducho indefenso, podría esquivar al viejo monstruo temible? Nadie. Por eso, habitualmente, pasaba las horas centrales del día, en las que el calor apretaba, a la sombra de un árbol junto a la verja. Y allí estaba ella, al otro lado, conmigo. Luego, asegurándome de que el patio estaba vacío, entraba en el orfanato y encontraba a todo el mundo buscándome por cada una de las salas. A veces, me escondía tras un jarrón, otras bajo una cama...y fingía haber estado allí todo el rato. Se lo creían todo. Básicamente porque nunca hablaba. Y esa era mi salvación, la de hacerles creer que yo era un muchacho tímido y miedoso que se escondía, o que tal vez tenía algún trastorno que no me permitía relacionarme con los demás.
-¿Quién eres?-preguntó ella. Y escuché su voz por primera vez.
-...
-¿No puedes hablar?
-...
-Bueno...yo me llamo Lidia.-Su mirada inocente, clara, cristalina, hizo un intercambio con la mía. Y supe que podría confiar en ella, que al fin, podía confiar en alguien.
-Yo Álvaro.-dije al fin.
-¡Ah! Así que al fin has decidido hablar, ¿no? ¿Esa es tu casa?-preguntó señalando el orfanato. Miré hacia atrás. Su figura se levantaba majestuosamente ante nosotros. Volví a mirarla, miré al suelo y negué con la cabeza.
-¿Y qué haces ahí dentro entonces?
-Aquí, es donde estamos todos los niños que no tenemos padres.
-¿Y por qué no tienes padres?
Hice un movimiento con mis hombros haciéndole entender que no lo sabía. Una losa de piedra pareció caerse encima de mi cabeza. Yo siempre me había preguntado lo mismo.
-Pareces triste...-dije.
-Si...bueno, mi madre se ha enfadado mucho hoy conmigo.
-¿Por qué se ha enfadado?-pregunté indiscretamente.
-Mi gato Bigotes ha decidido romper el jarrón preferido de mi madre. Y ahora lógicamente la culpa es mía.
-Bueno, al menos tienes madre...-dije tristemente. El tiempo hablando con ella transcurría muy rápido, supongo que por eso, sin darme cuenta, llegó la hora de que dijese:
-Bueno Álvaro, me ha encantado charlar contigo. Espero que podamos seguir viéndonos...¿quieres ser mi amigo?
Asentí con la cabeza.
-Está bien. ¿Mañana volverás a estar aquí?
-Supongo que sí. No hay un lugar mejor que este.
-Pues aquí estaré a la misma hora.
Se levantó y corrió apresuradamente por el jardín hasta su casa. Una vez en la puerta, se giró hacia mí, esperó tres segundos y me saludó con la mano. Yo correspondí a su saludo y me dispuse a regresar al orfanato. Mi primera amiga. La primera persona en la que podía confiar...
Mi futura razón de ser. Mi vida. El motivo por el que moriría. Y por el que morí.

sábado, 13 de agosto de 2011

3.

Querido diario:
Hace siete meses que se ha ido. Y aun le recuerdo como si fuese ayer la última vez que estuvimos cara a cara. Cada página que escribo, cada renglón, cada palabra, me sabe cada vez más amarga. ¿Cosas de la vida? ¿Cosas que pasan, tal vez? ¿Quién es el que puede asegurármelo? Que me digan que debo olvidar y rehacer mi vida, ¿quién es humano y podría hacerlo? Si desde un punto de vista ajeno, es muy fácil decir lo siento. ¿Lo siento? ¿Quién siente qué? La única que lo siente, soy yo. Siento su aliento en mi nuca, sus dedos en mi espalda, sus labios en los míos. Siento que se haya ido, dejando un nudo en mi garganta, esa nube negra sobre mi cabeza, que no cesa de llover.
Y de todas formas, aun habiéndome arruinado la vida de esta forma tan cruel, sería capaz de perdonarle. Una y otra vez. Daría mi vida misma por volver a verle una vez más. Que me explicase por qué lo hizo, aunque es algo más que obvio. Pero, ¿huir de esta forma? Eso es de cobardes. Debería haberse quedado conmigo, protegiéndome, como siempre lo había hecho, desde que eramos unos críos. Debería haberse quedado aquí, y repetirme una vez más que "todo va a salir bien." Ahora, esa ya no es mi seguridad. Es la duda más grande que he tenido en mi vida, seguida de qué fue lo último que pensó antes de partir.
Me he quedado con tu jersey verde, y sigue oliendo a todo lo que fuimos algún día. Huele a abrazos, a caricias, a la paz que sentía en tus brazos. Realmente, también me he quedado con tu colección de chapas, tus libros de poesía y tus discos de Joaquín Sabina. Y aquel cuadro con nuestra foto. Y son todas esas cosas, las que me hacen volver a las calles que recorrimos, los hoteles que visitamos, nuestra playa. Cómo te extraño a mi lado, cuánto quisiera tenerte conmigo.
Espero que algún día sepas perdonarme, por no tener el valor de seguirte allá donde quiera que estés. Yo, ya lo he hecho.
Te quise, te quiero. Te seguiré queriendo.
Lidia.
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